Yo, más que un signo, ¿cuál es mi significado?

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Lo sublime

sábado, marzo 06, 2010

La mujer llamada Eusebia


Mi abuela falleció unos días antes de la Nochebuena. He intentado recordar el año, pero quizá mi cabeza decidió olvidarlo, por el profundo dolor que me dejó. Sin embargo, ella está aquí.
Mi abuela tenía la sensibilidad de observar, sin espanto, otras dimensiones. Cabe aclarar que no sufría demencia senil. Hablaba con mi abuelo Juan, su ex esposo, aunque él había fallecido años atrás.
Nos contaba con naturalidad esas experiencias que aunque sorpresivas para nosotros, para ella eran normales.
"Tu abuelo vino el otro día y le dije '¿qué chingados haces aquí?. Si no venías cuando estabas vivo ahora qué'. Así que se dio la vuelta y se fue".
Ella es un tema aparte. Me gustaba escuchar sus historias y aunque el miedo a lo desconocido era latente, sus relatos eran auténticos.
Mi conexión con esta mujer llamada Eusebia se entrelaza, aún, por el amor que nos tenemos.
De niña, alguna vez soñé con exactitud dos accidentes hogareños que sufrió al pie de su cama, aunque ella estaba a decenas de kilómetros de distancia, sola y sin buscar ayuda de nadie. Todavía recuerdo las imágenes. Mis padres se enteraron de estos hechos por mí y fueron comprobados al llegar a su casa.
¿Predicción o amor? Quizá ambas, no lo sé, desde entonces no me ocurre.
Mi abuela se fue triste. La última vez que la vi su fortaleza se desmoronó en un silencio absoluto, en una mirada de despedida que correspondí con un beso en la frente.
Como dice la canción: "dicen que murió de frío, yo sé que murió de amor".
Meses después, una tarde, al quedarme sola en casa, vino a verme. El silencio de las habitaciones hizo patente el sonido de un cascabel utilizado como llavero que está colgado en la cocina.
"Llegaron mis papás", pensé, pero al acudir al llavero aún me encontraba sola.
Regresé a mi cuarto y volví a escuchar el cascabel de un lado a otro.
Sonreí.
No tuve miedo, jamás la ví, pero la mujer llamada Eusebia estaba conmigo y me llenó de paz. Entonces entendí que se quedaría en mí.
En menos de medio año se fueron también los hermanos de mi abuela, Juan y Agustina, así sin más.
Recientemente la recordé cuando fui a la obra de teatro "Campo de estrellas", protagonizada por Margarita Sanz y con el texto de Luisa Josefina Hernández, en el que la actriz hace un homenaje a su madre (q.e.p.d.):
"Hay una energía indestructible que ni siquiera la muerte puede tocar".
Y es así, ella está aquí. Pero ésta no es una historia de fantasmas, sino de amor entre una abuela y su nieta, un amor milenario: conexión irrevocable que sobrepasa el tiempo.

La tierra se mueve

El sábado 27 de febrero me desperté con un sobresalto. El celular, aún en mi día de descanso, no paraba de sonar. Pensé, entre sueños, que era la alarma que todos los días me obliga, muy a mi pesar, a levantarme. Sin embargo, se trataba de un mensaje noticioso: "Temblor en Chile de 8.8 grados Richter".
Me dejó sin habla. Me levanté con la premura de encender la televisión y ahí estaban las primeras imágenes del terremoto, de las casas caídas, de las familias buscando, de los enterrados, de la tierra furiosa sobre sí.
No pude más que pensar: "el mundo nos está combatiendo, le hemos hecho tanto daño, nos hemos convertido en una plaga tal, que ahora busca cómo deshacerse de ella".
Me sentí avergonzada de mis propios pensamientos, pero franca.
Me sentí avergonzada de formar parte de esta destructora especie en la que nos hemos convertido.
Me atemoricé. Primero Haití el 12 de enero, su destrucción recorrió el mundo. Ahora Chile. Ayer Taiwán. La tierra se mueve bajo nosotros.
El reloj avanza.
Sin embargo, las flores siguen creciendo afuera, los pastos rompen el cemento y abren sus hojas sin explicación, las aves cantan y mi hermosa gata Camila duerme a mi lado, a veces soñadora y otras alerta ante la más mínima vibración para que la grieta no nos devore.