Mi abuela falleció unos días antes de la Nochebuena. He intentado recordar el año, pero quizá mi cabeza decidió olvidarlo, por el profundo dolor que me dejó. Sin embargo, ella está aquí.
Mi abuela tenía la sensibilidad de observar, sin espanto, otras dimensiones. Cabe aclarar que no sufría demencia senil. Hablaba con mi abuelo Juan, su ex esposo, aunque él había fallecido años atrás.
Nos contaba con naturalidad esas experiencias que aunque sorpresivas para nosotros, para ella eran normales.
"Tu abuelo vino el otro día y le dije '¿qué chingados haces aquí?. Si no venías cuando estabas vivo ahora qué'. Así que se dio la vuelta y se fue".
Ella es un tema aparte. Me gustaba escuchar sus historias y aunque el miedo a lo desconocido era latente, sus relatos eran auténticos.
Mi conexión con esta mujer llamada Eusebia se entrelaza, aún, por el amor que nos tenemos.
De niña, alguna vez soñé con exactitud dos accidentes hogareños que sufrió al pie de su cama, aunque ella estaba a decenas de kilómetros de distancia, sola y sin buscar ayuda de nadie. Todavía recuerdo las imágenes. Mis padres se enteraron de estos hechos por mí y fueron comprobados al llegar a su casa.
¿Predicción o amor? Quizá ambas, no lo sé, desde entonces no me ocurre.
Mi abuela se fue triste. La última vez que la vi su fortaleza se desmoronó en un silencio absoluto, en una mirada de despedida que correspondí con un beso en la frente.
Como dice la canción: "dicen que murió de frío, yo sé que murió de amor".
Meses después, una tarde, al quedarme sola en casa, vino a verme. El silencio de las habitaciones hizo patente el sonido de un cascabel utilizado como llavero que está colgado en la cocina.
"Llegaron mis papás", pensé, pero al acudir al llavero aún me encontraba sola.
Regresé a mi cuarto y volví a escuchar el cascabel de un lado a otro.
Sonreí.
No tuve miedo, jamás la ví, pero la mujer llamada Eusebia estaba conmigo y me llenó de paz. Entonces entendí que se quedaría en mí.
En menos de medio año se fueron también los hermanos de mi abuela, Juan y Agustina, así sin más.
Mi abuela tenía la sensibilidad de observar, sin espanto, otras dimensiones. Cabe aclarar que no sufría demencia senil. Hablaba con mi abuelo Juan, su ex esposo, aunque él había fallecido años atrás.
Nos contaba con naturalidad esas experiencias que aunque sorpresivas para nosotros, para ella eran normales.
"Tu abuelo vino el otro día y le dije '¿qué chingados haces aquí?. Si no venías cuando estabas vivo ahora qué'. Así que se dio la vuelta y se fue".
Ella es un tema aparte. Me gustaba escuchar sus historias y aunque el miedo a lo desconocido era latente, sus relatos eran auténticos.
Mi conexión con esta mujer llamada Eusebia se entrelaza, aún, por el amor que nos tenemos.
De niña, alguna vez soñé con exactitud dos accidentes hogareños que sufrió al pie de su cama, aunque ella estaba a decenas de kilómetros de distancia, sola y sin buscar ayuda de nadie. Todavía recuerdo las imágenes. Mis padres se enteraron de estos hechos por mí y fueron comprobados al llegar a su casa.
¿Predicción o amor? Quizá ambas, no lo sé, desde entonces no me ocurre.
Mi abuela se fue triste. La última vez que la vi su fortaleza se desmoronó en un silencio absoluto, en una mirada de despedida que correspondí con un beso en la frente.
Como dice la canción: "dicen que murió de frío, yo sé que murió de amor".
Meses después, una tarde, al quedarme sola en casa, vino a verme. El silencio de las habitaciones hizo patente el sonido de un cascabel utilizado como llavero que está colgado en la cocina.
"Llegaron mis papás", pensé, pero al acudir al llavero aún me encontraba sola.
Regresé a mi cuarto y volví a escuchar el cascabel de un lado a otro.
Sonreí.
No tuve miedo, jamás la ví, pero la mujer llamada Eusebia estaba conmigo y me llenó de paz. Entonces entendí que se quedaría en mí.
En menos de medio año se fueron también los hermanos de mi abuela, Juan y Agustina, así sin más.
Recientemente la recordé cuando fui a la obra de teatro "Campo de estrellas", protagonizada por Margarita Sanz y con el texto de Luisa Josefina Hernández, en el que la actriz hace un homenaje a su madre (q.e.p.d.):
"Hay una energía indestructible que ni siquiera la muerte puede tocar".
Y es así, ella está aquí. Pero ésta no es una historia de fantasmas, sino de amor entre una abuela y su nieta, un amor milenario: conexión irrevocable que sobrepasa el tiempo.
"Hay una energía indestructible que ni siquiera la muerte puede tocar".
Y es así, ella está aquí. Pero ésta no es una historia de fantasmas, sino de amor entre una abuela y su nieta, un amor milenario: conexión irrevocable que sobrepasa el tiempo.