El castillo que construí con mis propios sueños hoy se desmoronó tras un remolino de viento: parecía color plata con los brillos del sol, pero era arena ansiosa por regresar al mar. El agua lo empapó y dibujó nuevamente sus olas sobre la estampa de una playa desierta. Es así como me siento hoy, desierta. Los ojos se me inundaron hasta llenarse de un rojo enfermizo tras romper aquella ilusión cristalina, tan real y cercana, con la que soñé tantas veces. Más allá de hacerme sonreír, hoy me tiene cortada en varios pedacitos de vidrio filoso y pareciera que no hay más camino para andar. De pronto siento ese hueco en el pecho, el vacío que deja la perdida del que se ama, sin siquiera saber si se ha ido. Y esa noción de atardecer callado, friolento y lluvioso no me permite pensar en nada, sólo trae consigo la incertidumbre. Sin embargo, le amo tanto que podría edificar otro castillo por él, aunque el mar se empeñará en dibujar sus olas una y otra vez.
Soy una alma vieja, pero de caracter joven. Tengo una fascinación por los felinos y puedo notarlos aunque estén lejos. Siempre me ha gustado el color verde porque así son las hojas de los árboles. El teatro me provoca nostalgia, pero también pasión. Soy una clavada con lo que hago. Huyo de la soledad constantemente, aunque muy a menudo me encuentra. Me desvelo con frecuencia sin razón. Busco lo que todos: amar y sonreir.